Retiro de Pentecostés, Los Molinos, 23 de mayo de 2021
Estamos de lleno en el mes de Mayo, en la tarde de la fiesta de Pentecostés. Dentro de una semana prácticamente comenzaremos la Campaña de la Visitación. Os propongo que nos fijemos esta tarde para nuestra oración en la acción del Espíritu Santo en la Visitación.
Como ya escribía el P. Morales en el mensaje de la Campaña de la Visitación: «[La Visitación] es la aurora de las comunicaciones divinas al mundo por María. La plenitud del día será en Pentecostés, atrayéndonos al Espíritu Santo. La primera santificación, Juan Bautista, saltando de gozo en el seno de su madre, al recibir por María la infusión de la vida divina. Y también la primera comunicación del Espíritu Santo a un alma, Isabel…, “y fue llena del Espíritu Santo”».
Fijémonos en este “Pentecostés de Ain-Karim”. Os propongo una meditación en tres pasos:
1) El Espíritu Santo habita en María; 2) María es movida por el Espíritu Santo; 3) Isabel se llenó del Espíritu Santo.
1. El Espíritu Santo habita en María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti
El ángel en la anunciación había dicho a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Y esta revelación está unida —punto y seguido— al anuncio del embarazo de Isabel: «También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1,36).
La Trinidad viene a habitar en María al proclamarse su esclava, aceptando mediante un «sí» abierto a una larga sucesión de síes: la fuerza del Altísimo la cubre con su sombra, el Espíritu Santo viene sobre ella, y el Santo, el Verbo, se encarna. Verdaderamente es la «llena de gracia», la llena de la Trinidad Santa.
También nosotros, como María, hemos recibido el Espíritu Santo, y la Trinidad habita en nosotros, y nos impulsa a encadenar un sí tras otro a su acción en nosotros.
2. María, movida por el Espíritu Santo
María emprende el camino de la montaña a impulsos del Espíritu Santo. Como vimos en el punto anterior, el mensaje del ángel une en un mismo anuncio que María será llena del Espíritu Santo y que su pariente Isabel ha concebido. Y a continuación el pasaje evangélico resalta: «En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino…» (Lc 1,39).
El P. Morales comenta que «la Virgen, levantándose, se dirige apresurada a la montaña, sólo al impulso divino del Espíritu Santo». Y lo argumenta así: «Totalmente inmersa en Dios, Él la mueve a su antojo. Y ella, olvidada completamente de sí, se deja llevar. Es el Espíritu Santo quien la maneja. María es «suavísima cítara que pulsa el Espíritu para cantar y regalar al Padre» (S. Epifanio)» (Itinerario litúrgico, p. 515). Y un poco más adelante escribirá: «Movida por el Espíritu Santo (…) El Espíritu la empuja. Tiene que comunicar a los demás la alegría de la Encarnación» (Id.).
Por tanto, fue el Espíritu Santo— como después a Jesús en el Jordán— quien lanzó a María. La Virgen del Camino no se puso en movimiento después de un razonamiento, ni de una resolución de la voluntad, ni del afecto que le unía a su prima: fue impulsada, enviada, movida por el Espíritu Santo.
¿Adónde camina María? A las periferias, que diría el papa Francisco. También nosotros somos movidos por el Espíritu Santo, y somos impulsados como Ella a las periferias, que no son solo los suburbios (que también…). Hoy las periferias se han multiplicado en nuestro mundo globalizado, y encontramos multitud de situaciones periféricas cerca de nosotros cada día.
Además, como hemos contemplado en Pentecostés, el envío del Espíritu Santo con frecuencia es desconcertante. Por ello tenemos que estar atentos a esta indicación del P. Morales: «Con María, tengo que aprender a sacrificar mi vida de intimidad con Dios o con mis hermanos, siempre que el Espíritu Santo me impulse a llevar el amor a los demás» (Itinerario litúrgico, p. 516).
3. Isabel se llenó del Espíritu Santo. María es portadora del Espíritu Santo y lo comunica a cuantos la acogen. Como señala el papa Francisco: «Ella con su oración hace que el Espíritu Santo irrumpa. Irrumpe en Pentecostés; irrumpe en casa de Isabel» (Homilía en la fiesta de la Visitación, 31 de mayo de 2013). La visita de María a casa de Isabel será pionera: será la primera en muchos acontecimientos:
- La de María fue la primera comunicación del Espíritu Santo a un alma, Isabel…,
- Al acercarse María a Isabel, el Espíritu Santo realiza su primera santificación en la tierra. Por María, la presencia santificadora de Jesús se actúa en Juan (Itinerario litúrgico, pp. 517-518).
El triple regalo de acoger a María
Si también nosotros acogemos a María recibiremos el triple regalo que alcanzó Isabel. Como relata el texto evangélico (Lc 1,41-42), en cuanto Isabel oyó el saludo de María se desencadenaron tres acontecimientos:
- Saltó la criatura en su vientre. San Juan saltó en el seno de su madre, se removió en sus entrañas, se puso en movimiento.
- Se llenó Isabel del Espíritu Santo. Y como consecuencia, el Espíritu Santo hace descubrir a Isabel el motivo de agitación de Juan: «en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1,44). ¡Es la alegría!
- Y levantando la voz exclamó:
Así que estas son las consecuencias de la visita de María:
- La alegría. El niño saltó de alegría. El término que utiliza san Lucas es «eskirtesen», que significa moverse, agitarse en el seno; ponerse en movimiento, podríamos decir. Y lo hizo movido por la alegría. Comenta el papa Francisco al respecto: «¿Qué es la alegría? La clave para comprender esta alegría es lo que dice el Evangelio: “Isabel fue colmada de Espíritu Santo”. Es el Espíritu Santo quien nos da la alegría”». Por tanto, la auténtica alegría no podemos conseguirla con nuestras propias fuerzas: es un don del Espíritu Santo. Y continúa diciendo el papa: «Es precisamente la Virgen quien trae las alegrías. La Iglesia la llama causa de nuestra alegría, causa nostrae letitiae. ¿Por qué? Porque trae nuestra alegría más grande, trae a Jesús. Y trayendo a Jesús hace que “este niño salte de alegría en el seno de la madre”. Ella trae a Jesús. Ella con su oración hace que el Espíritu Santo irrumpa. Irrumpe ese día de Pentecostés; estaba allí. Debemos rezar a la Virgen para que al traer a Jesús nos dé la gracia de la alegría, de la libertad; nos dé la gracia de alabar, de hacer oración de alabanza gratuita, porque Él es digno de alabanza, siempre» (Homilía en la fiesta de la Visitación, 31 de mayo de 2013). ¡María es la causa de nuestra alegría, porque Ella nos trae la mayor de las alegrías, Cristo Jesús! La alegría nos pone en movimiento: un movimiento gozoso.
- La alabanza. Isabel prorrumpe en alabanza: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42). Nuestra primera alabanza va dirigida hacia aquella que nos trae la bendición del Señor. Dice de nuevo el papa Francisco: «Debemos rezar a la Virgen para que al traer a Jesús nos dé la gracia de la alegría, de la libertad; nos dé la gracia de alabar, de hacer oración de alabanza gratuita, porque Él es digno de alabanza, siempre» (Id.). Por cierto, dentro de la cadena de «primeras veces» de la Visitación, es la primera vez que se completa el avemaría.
- El apostolado: Quien ha recibido el saludo de María no puede por menos que levantar la voz: cautivado por el entusiasmo, no puede dejar de mostrar lo que ha recibido. Como le sucedió a san Juan a orillas del lago cuando reconoció a Jesús al ser testigo de la pesca milagrosa; gritó: «¡Es el Señor!» (Jn 21,7). Es el apostolado del entusiasmo. Por ejemplo, es inútil explicar a alguien ajeno en qué consiste la pasión por el fútbol, contándole cómo es ese deporte. Si quieres explicárselo, introdúcele en un partido en el momento en que todo el mundo (los jugadores, el entrenador, los aficionados…) grita: ¡Gol! Podemos decir que la Visitación es también la primera vez en la que alguien prorrumpe en gritos de alegría al comunicar la presencia del Señor y de su Madre.
Saludar a María
Y todo ello procede del saludo de María. Saludemos también nosotros a María y pongamos en ella todas nuestras preocupaciones, nuestros agobios, nuestras intenciones, nuestros deseos más profundos…
Dejarnos saludar por María, como Isabel
… Y dejémonos saludar por María. Si la acogemos en nuestra casa, como lo hizo san Juan al pie de la cruz, obedeciendo el mandato del Señor (cf Jn 19,27), recibiremos también su salutación. Se cuenta que san Bernardo solía meditar todas las mañanas paseando por el jardín del monasterio, y al pasar por delante de una imagen de la Virgen, hacía una pequeña reverencia y le decía con profundo afecto: «Yo te saludo María». Y así continuó un día tras otro durante bastante tiempo. Pero una mañana, cuando saludaba a la Virgen al pasar por delante de su imagen, escuchó una voz suave, llena de afecto, que le respondía: «Yo te saludo, Bernardo». Hay saludos que cambian la vida… Y ese puede ser nuestro caso cuando somos conscientes de que somos saludados por la Virgen. ¿Cuál sería el saludo de María a Isabel? No tenemos que imaginar mucho: sería el mensaje que ella había interiorizado a partir de la salutación del ángel en la anunciación: «¡Alégrate, el Señor está contigo!» (Cf. ¡Alégrate, el Señor está contigo! Revista Estar, agosto de 2015, p. 3).
Casi diez siglos después de san Bernardo, el P. José Kentenich, el fundador de Schönstatt, estaba prisionero en el campo de concentración de Dachau. Al ver la gravedad de la situación en Europa, en el mundo, y más concretamente la desesperación en el campo de concentración, decidió hacer una novena a la Virgen, invitando a ella a cuantos sufrían, para animarlos, y en ella incluyó esta invocación: «Madre, yo te saludo; salúdame también tú a mí». Es una oración preciosa, para extender a cuantos queremos: amigos, familiares y conocidos: «Yo te saludo María, saluda a mi familia, alumnos, compañeros, amigos, guiados, etc.» (Cf. Claudio de Castro. El gran secreto. Cómo obtener lo que le pedimos a Dios, 28 ed., 2015. Ediciones Anab, p. 37).
La Virgen prolonga en el cruzado su Visitación
Escribe el P. Morales a propósito de la fiesta de la Visitación que «el cruzado en el siglo XX es otro Bautista, nuevo precursor. La Virgen prolonga también en él su visitación cuatro meses de verano (…) Lo llena de regalos y gracias para que sea testigo viviente de lo eterno, heraldo de Cristo entre sus hermanos (…) Es la Campaña de la Visitación» (Itinerario litúrgico, pp. 519-520). ¡Somos prolongadores de la Virgen en su impulso misionero! Y ello se concreta para nosotros en la Campaña de la Visitación.
Sin pretender cambiar un ápice la Campaña, os propongo una iniciativa concreta para revitalizarla, que podemos llamarla: ¡Dar la vuelta! Demos la vuelta a la Campaña de la Visitación, que lleva consigo una espiritualidad de lo concreto. Fijémonos en sus puntos característicos:
- Del olvido de uno mismo a la memoria de Dios. Haciendo caso, así, a la exhortación de san Pablo: «Acuérdate de Jesucristo…» (2Tim 2,8). Y de aquí a dejar que Dios se acuerde de nosotros y venga a nosotros. Para ello nos tiene que encontrar receptivos, dispuestos y olvidados de nosotros mismos: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sam 3,10), porque por la fe tenemos la certeza de que Dios se acuerda de nosotros. Como exclama el salmo 8: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de Él?».
- De la queja al agradecimiento. Debemos poner la atención en no quejarnos, pero hemos de ir más lejos: agradecer. Como María en el Magníficat: no se queja, agradece a Dios; desborda de gozo en el Señor… Es el apostolado de la alegría, al ser conscientes de recibir las gracias del Señor.
- De la pereza a la disponibilidad. No sólo hemos de vencer la pereza… Hemos de hacer como María: subir aprisa a la montaña, es decir, disponernos para que sea Él quien nos mueva: “Aquí me tienes, envíame”.
- Dejar lo mejor para los demás. No se trata tanto de escoger lo peor, o dejar lo mejor para los otros, cuanto darme yo mismo a los demás. Como hizo María. No solo dar, sino darme. Más aún, penetrado por Jesús Eucaristía, dejarme comer por los demás.
Demos la vuelta, hagamos un mundo al revés. Como hizo María en la Visitación. En lugar de poner la atención en la necesidad que tenía como embarazada de reposar y estar en casa, sin «agobios», y dejándose servir; se levantó, se puso en camino y fue aprisa, dispuesta a servir ella misma. María en la Visitación es un contrapunto, más aún, un desafío para la tendencia «reposocéntrica» que se respira a nuestro alrededor, sobre todo en estos momentos del curso. Por ello, imitemos a nuestra Madre, caminemos con y como Ella, movidos por el Espíritu Santo, con diligencia (deprisa), con valentía, hacia la montaña, hacia lo alto. ¡Un verano para dar la vuelta al mundo…, si nos ponemos en la cordada montañera de la Virgen María!
José Luis Acebes